Tuesday, August 28, 2018

Emily Dickenson y su comprensión épica de la Vida Diaria



La historia de la literatura abunda en genios solitarios: Ovidio, Kafka, Pessoa, Poe o Nietzsche, todos ellos cantando sobre la modas de su época. Escritores para quienes la literatura no era una profesión, sino la más libre expresión. La gran poeta estadounidense Emily Dickinson ha sido desde los 1950s añadida a la lista: mujer recluida en su casa de Massachusetts durante el siglo 19, nos legó poemas reveladores. Basta citar: La fama es una comida perecedera/ Sobre un plato variable (…)/Los hombres comen de ella y mueren.
Los críticos culpan a sus generaciones de indolencia: sin embargo, más allá del éxito y el dinero, persiste una voluntad de alejarse del clamor del mundo, de vivir frágiles y desamparados, fraguando textos para la eternidad. Cuatro escritores memorables nos revelan el yugo de la fama: Immanuel Kant, Henrik Ibsen, Arthur Miller y Samuel Beckett. Kant, como Ibsen, coronado de gloria, se quejaba con frecuencia de las visitas que recibía de extraños. Cuando, según Thomas De Quincey, Kant recibió la visita de un estudiante que se arrodilló ante él, el filósofo alemán lo rechazó con vehemencia. “Déjenme trabajar”, exclamaba Ibsen a su esposa cada vez que sonaba la aldaba de su cabaña de Noruega. Arthur Miller es más preciso: en una entrevista hacia el final de sus días, cuando le preguntaron porqué sus obras posteriores a Death of Salesman (La Muerte de un Agente Viajero) no superaron ni su calidad ni su acogida, afirmó que los árboles pequeños crecen pronto, pero un cedro tarda hasta cien años cuando menos, explicando que había obtenido la celebridad demasiado pronto. Samuel Beckett se alejó de las ceremonias que el mundo le rendía, desde el Premio Formentor -el cual compartió con Borges en Francia-, hasta el Nobel, que no fue a recibir. ¿Es la soledad y el anonimato requisitos para una buena escritura? Deleuze y Guatari lo afirma en un ensayo a propósito de Kafka, aseverando que es la literatura del exilio la que domina el siglo 20.
            La razón principal, me aventuro a formular, es psicológica; una vez se alcanza la fama un escritor no interactúa con seres de carne y hueso, sino principalmente con aduladores. Aparecen parientes y amigos que nunca uno hubiera imaginado, como afirmó Bernard Shaw en Pigamalion, y la vida de conocimiento e indagación de la naturaleza humana se diluye en honores y vanagloria. También Borges se percató de su cambio de vida con la fama, pero ya que le llegó en sus años tardíos, solitario y ciego, comprendió que era un incentivo para comunicar su experiencia.
            Otra motivación es la comprensión mística, esto es, la idea de vivir en la eternidad desde el desarraigo social. “En soledad en Dios”, canta San Juan de la Cruz. Escribir para la posteridad es, como Joseph Campbell lo intuyó, cumplir con un deber sagrado, pues los poetas son quienes comunican a la humanidad los arquetipos sagrados que consuelan a las generaciones venideras. Emily Dickinson ha sido, de hecho, la voz feminista de los Estados Unidos de fin del siglo 20, una mujer que, como Goethe, comprendió que la espiritualidad auténtica no reside en el dogma, sino en la comprensión de las vivencias propias a partir de las lecturas de las almas más sinceras y de la interacción con aquellos que sufren el diario vivir, con sus virtudes y debilidades.
            En nuestros tiempos de confusión espiritual, sus versos brillan por su respeto a la autodeterminación. Baste traducir su confesión de fe sobre las iglesias, dogmas y creencias: Algunos guardan el Domingo yendo a la Iglesia/ Yo lo honro quedándome en casa -/ Con un Ruiseñor como Corista -/Y un Bosque como Domo// Algunos guardan el Domingo Engalanados  -/ Yo solo visto mis Alas -/ Y en lugar de tocar las Campanas para Misa,/ Nuestro pequeño Sacristán canta.// Dios me predica, es un notable sacerdote:/ Y su sermón nunca es tedioso,/ Entonces, en lugar de obtener al cielo, al fin .../ Voy hacia Él, sin cesar.



Poema a un Bebé perdido


Construimos un mundo completamente nuevo
Fuera de su soledad y la mía
Creímos que habíamos desenterrado la alegría
Con la ingenuidad de las almas que son ungidas
Solíamos hablar sobre el enlace irrompible
Entre el Amor y la Creación
Solíamos orar a Dios, como Job y Jesús
Pero tuvimos que sufrir como los dos

Recibí su Ser en mis manos
Como la Virgen María debió haberlo recibido
Nuestras esperanzas y nuestro dolor
Estaban enterrados en su carita roja y silenciosa
Escapando de nuestras miradas
Nuestro amado niño nos dejó
Sin decir una palabra
Y lloramos una vez más
Y entonces,
(Porque siempre hay un después),
Sepultamos nuestro corazón
En el consuelo de uno al otro

Y por la gracia de tanta congoja
Nuestro amor se fundió
Para ser uno mayor